martes, 9 de febrero de 2010

Probé al robot sexual Roxxxy

Probé al robot sexual Roxxxy, y esta es la review


Mientras cientos de idiotas de distintas partes del mundo miraban celulares, placas de videos, gps y las mismas mierdas de siempre, en el apartado de adultos de la CES presentaban un robot sexual capaz de sentir, tocar, hablar, responder y hasta de manifestarse emocionalmente: no dudé un instante y pedí el producto para hacer una review. Los amigos de TrueCompanion se coparon: hace tres días que tengo a Roxxy en casa y aquí les cuento mi experiencia.

De los cuatro modelos existentes yo había pedido a Wild Wendy, la más osada, como para hacer un testeo agitado, digamos, exprimir al máximo todo el hardware, pero como no tenían stock de ese me enviaron a Frigid Farrah, la versión más tímida, pacata, retraída y frígida de todas. Y aquí es donde comienza el problema de este review, pues han pasado ya tres días y no he podido “probarla”. Tan real les salió la cosa esta que ya estoy pensando en utilizarla para practicar boxeo.


Resulta que apenas la encendí, lo primero que hizo fue hablar: “Hola, mi nombre es Roxxxy, ¿no quieres llevarme de paseo?”. Atento a esto y sabiendo que el modelo que me habían mandado era el más complicado, sexualmente hablando, decidí seguir el juego, como si fuera una relación real y la llevé conmigo a pasear por Buenos Aires. Así nomás nos tomamos el 109 en la parada que está frente a la cancha de Argentinos Juniors, en el popular barrio de La Paternal.

El colectivero no podría creerlo. “Dos de uno veinticinco por favor”, le dije por tercera vez. El tipo no le sacaba los ojos de encima a mi Roxxxy, y eso que yo la había vestido un poco, no iba a sacar a mi chica robótica por la calle casi en pelotas, como la entregan los de TrueCompanion, para que cualquier enfermo me la quiera levantar. Saqué el boleto y nos fuimos al fondo del bondi.

“Qué olor a pedo”, dijo, y claro, ahí noté que sus sensores olfativos funcionan a la perfección, pues es cierto, en ese colectivo había una mezcla de fragancias poco nobles. Punto a favor para el producto. “Quisiera tomar un helado”, largó en seguida. “Ahora va, ahora va, estamos viajando, en un rato llegamos”, le contesté , algo molesto. “¿Falta mucho?”, “No, no, es un toque, pasamos por el Abasto y ahí bajamos”. “¿En el Abasto hay negros?”. Escuché esto y tomé notas: otro punto a favor, pues me entregaron una versión local de Roxxxy, actualizada sobre la situación socioeconómica del país y equipada con el GPS diseñado por Micky Vainilla.

Una vez que nos bajamos fuimos a tomar el helado y de ahí a mirar una película. La gente no paraba de observarnos. Yo creo que la sociedad no está preparada aún para este tipo de relaciones, porque, claro, todo bien si uno tiene una muñeca inflable en su cuarto, pero cuando la cosa trasciende el ámbito privado se arman unos escándalos tremendos. Algo que no entiendo, sólo estoy tomando un helado con una chica robótica, ¿qué tiene eso de malo?.

Ya en plan de regreso una vieja le quiso tomar la presión por 50 cvs. Accedí, claro, sería un punto interesante para el review, sus signos vitales y respuestas al estímulo. Pero claro, en vez de anotar algo interesante tuve que discutir con la vieja porque creía que Roxxxy estaba muerta. “¡Vieja idiota! Es un robot”, pero no entendió y me rajó los dientes con su mugriento manómetro.

Decidí que era el momento de volver y probar el robot antes de que alguien me hiriera de gravedad así que nos tomamos un taxi. Para qué. El tachero miraba desde el retrovisor y hacía comentarios de todo tipo. “Linda la nena eh, quá bueno que no habla, si así fuera mi señora”. “Momentito”, respondí ofendido. “Ella sí que habla. Roxxxy, contale al señor que hicimos hoy”. Cuando el robot empezó a hablar el taxista casi se incrusta con un palo de luz al doblar la esquina.

Tras insultarlo un poco y amenazarlo con no pagarle la tarifa, bajamos del taxi y subimos a mi departamento. El momento de la verdad de acercaba y ya no veía el momento de poder probar los mejores atributos de Roxxxy luego de un sin fin de pormenores sufridos por culpa de una sociedad inadaptada y tecnológicamente retrógrada.

Lo primero que hice, claro, fue encender velas, quería que la ocasión fuera lo más real posible. ¿Qué sentido hubiera tenido sacarla del envoltorio y ahí mismo someter su hardware a mi sucio testeo sin antes evaluar sus otras prestaciones? Ya dije antes, olfato OK, visión OK, gps OK, habla OK. Lo único que no aprobó fue la cuestión de los signos vitales, pero ya sería demasiado creepy.

En fin, puse un disco de Richard Clayderman, y la saqué a bailar por el living. Debía testear su capacidad motora y coordinación. Como buena frígida que era primero no quiso aceptar mi cordial invitación, pero tras unos tragos (según el manual que me mandó la gente de TrueCompanion lasRoxxxy traen dentro un sistema de reconocimiento etílico que al identificar el ingreso de determinada cantidad de alcohol en el receptáculo estomacal envían órdenes al robot. Entre ellas está que aumente su temperatura corporal, que el habla se torne inentendible, un exceso despido de líquido residual, y claro, torpeza en los movimientos. !Hasta dónde ha llegado la ciencia madre mía¡) se incorporó en seguida.

El problema era que, claro, esta versión aggiornada a lo latino, en vez de bailar al ritmo de la melodía lenta, parsimoniosa y sostenida del famoso pianista francés, comenzó a menear frenéticamente el trasero en todas las direcciones, derribando todo lo que tocaba, incluído el jarrón donde tengo las cenizas de mi difunto loro, haciendo simultáneamente con sus brazos juntos un sinfin de circulos imaginarios y golpecitos hasta el infinito. ¡La muy guanaca estaba bailando reggaeton! Tal fue el odio que me invadió el espíritu que echarle un balde lleno de agua en la cabeza fue lo único que la pudo frenar.

Los chispazos fueron un leve anuncio pirotécnico de lo que estaba por suceder. Inexplicablemente Roxxxy se desgarró todas sus prendas y comenzó a lanzar llamas por la boca. Acto seguido sacó su sostén y empezó a tirarme rayos x por sus pechos, era una cosa de no creer. Lentamente mi modesto dos ambientes se asemejaba a cualquier casa de Haití por estos sísmicos días. Pero eso no fue todo, mientras me corría lanzando fuego y rayos x, se sacó la última prenda que faltaba, y desde allí abajo, desde esa geografía tan robóticamente lampiña, salía humo negro, denso, como si de una locomotora se tratase.

Desde que jugué mi último partido oficial de fútbol como lateral derecho para el equipo de minusválidos de la municipalidad de Campana que no corría tanto, y claro, ante tal exigencia física, caí rápido en declive y Roxxxy, luego de 10 minutos, pudo agarrarme. Mi teoría fue que el agua había dañado parte de su sistema operativo y que esto llevó a una alteración en su personalidad hacia un extremo ultra sado, abandonando el estilo frígido de hace unos instantes.

Me desvistió con sus lásers de precisión quirúgica y con su fuerza suprahumana me puso de espaldas. De reojo vi su sucia intención cuando su mueca violenta mutó en una perversa sonrisa. “¡Te ordeno que dejes eso donde está! ¡Ya mismo!”. El maldito cyborg no me obedecía un ápice. Mi fin estaba cerca. “¡Dejá eso, por favor Roxxxy, con el matafuegos no, con el matafuegos nooooooo!”.

Este review lo terminé en una sala común del Hospital Italiano de Caballito. Tengo 35 puntos de sutura y un dolor que ni siquiera puedo aplacar con tres almohadones de plumas. Creo que no volveré a testear hardware en toda mi vida. Ah, espero recibir buena guita del juicio que ya inicié a los de TrueCompanion por negligencia. Será hasta la próximo. Ay.

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